
Patzingo
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Turismo al cráter del volcán Paricutín y campamentos en Patzingo. Cabañas Disponibles.
Sugerencias y tips para viajeros de todo el mundo
El volcán Paricutín es uno de esos caprichos de la naturaleza que parecen sacados de un mito griego: apareció de la nada en 1943, brotando entre los surcos de un humilde maizal michoacano. Desde entonces, se convirtió en un imán para aventureros, geólogos y, por supuesto, turistas que sueñan con ver de cerca lo que significa literalmente “la tierra en ebullición”. Ir al Paricutín es como visitar la infancia del planeta, ese momento en que la corteza terrestre aún jugaba a improvisar montañas.
El cráter: un escenario cósmico en vivo
Subir al cráter no es un paseo casual: es un ritual. La ceniza bajo los pies se siente como caminar sobre harina caliente, y el aire enrarecido recuerda que aquí no manda el hombre, sino el magma dormido bajo la roca. Desde lo alto, el paisaje es un contraste brutal: a un lado, la lava petrificada que sepultó pueblos enteros; al otro, campos verdes que, con la ironía propia de la vida, reverdecieron sobre la tragedia.
Consejo práctico: lleva calzado resistente, de preferencia botas de senderismo. Las suelas suaves terminan convertidas en un souvenir inútil después de lidiar con la escoria volcánica.
Patzingo: acampar bajo un cielo milenario
Después de la experiencia volcánica, muchos viajeros buscan un remanso y lo encuentran en los campamentos de Patzingo. Este pequeño poblado ofrece espacios para acampar rodeados de pinos, agua cristalina y un silencio que suena más fuerte que cualquier bullicio citadino. Dormir ahí es casi un acto de reconciliación: después de mirar la violencia de la tierra, uno escucha la calma del cielo.
Tip esencial: si decides acampar, lleva ropa térmica. Las noches en Patzingo son un maestro de antítesis: el día puede abrasar con su sol intenso, pero la madrugada recuerda con crueldad que estás a más de 2,700 metros sobre el nivel del mar.
Experiencias que no debes perderte
- La iglesia sepultada de San Juan Parangaricutiro: sus ruinas emergiendo entre la lava son una postal melancólica, como si la fe hubiese resistido al fuego.
- La cabalgata hacia el volcán: recorrer el trayecto a caballo es revivir la tradición purépecha, un modo más humano y menos agotador de llegar al cráter.
- La gastronomía local: prueba las corundas, los uchepos y, si tienes suerte, un buen atole de grano. Comer en Michoacán es tan volcánico como sus paisajes.
Consejos finales para viajeros del mundo
- Hidratación: el ascenso puede ser engañoso; lleva agua suficiente.
- Respeto cultural: los pueblos purépechas tienen una relación profunda con el volcán. Escucha sus relatos; son tan valiosos como cualquier guía oficial.
- Tiempo: dedica al menos dos días. El volcán es un espectáculo, pero Patzingo es la pausa necesaria para asimilarlo.
Visitar el Paricutín no es solo un viaje turístico: es una lección viva de cómo la naturaleza crea y destruye con la misma pasión, y cómo las comunidades humanas reinventan su vida en medio de las cicatrices. Ir hasta allá es mirar de frente la paradoja del mundo: la belleza en medio del desastre, la calma tras el fuego. En el Centro Ecoturístico Patzingo contamos con diferentes cabañas para los turistas y un área muy amplia para acampar ofreciendo lo mejor de Michoacán.

